Liturgia Católica

Una Santa Católica Apostólica

Visible, Infalible e Indefectible

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Artículo V:
¿Qué es la contemplación?



I.
La contemplación es una vista de Dios, o de las cosas divinas, sencilla, libre, penetrante y cierta, que procede del amor y tiende al amor (1). 1. -Esta vista es sencilla; en la contemplación no se razona como en la meditación.

2.
 Es libre, porque para producirla es preciso que el alma esté libre incluso de los menores pecados, de afectos desordenados y de prisas y cuidados inútiles e inquietantes. Sin esto, el entendimiento es como un pájaro que con las patas atadas no puede volar si no se le pone en libertad.

3.
Es clara y penetrante ; no como en el estado glorioso, sino con los conocimientos de la fe que son siempre más oscuros. En la meditación vemos las cosas confusamente, como de lejos y de una manera más seca. La contemplación las hace ver claramente y como de cerca. La hace sentir, tocar, saborear y experimentar en el interior. Por ejemplo : meditar en el infierno, es ver un león pintado ; contemplar el infierno, es ver un león vivo.

4.
 Es cierta, porque su objeto son las verdades sobrenaturales descubiertas por la luz divina ; cuando esta manifestación se hace directamente al entendimiento, no puede estar sujeta a errores Cuando se hace por medio de los sentidos o de la imaginación, puede mezclarse alguna ilusión.

 

5.
Procede del amor y tiende al amor. Es el empleo de la más pura y más perfecta caridad. E amor es el principio de la contemplación y su ejercicio y su término. Los dones del Espíritu Santo que concurren la contemplación son principalmente, en cuanto s entendimiento, los de inteligencia, sabiduría y ciencia, y en cuanto a la voluntad, los de piedad, temor.

 

Por el don de ciencia conocemos las criaturas y las despreciamos, viendo su fragilidad, su pequeñez y su nada. Por el don de sabiduría conocemos la grandeza de Dios y de las cosas celestiales, y está vista, nos desprende completamente del afecto a todo lo terreno y nos aficiona y une más a Dios.
Es como quien ha estado viendo el Louvre o un cuadro extraordinario. Lleno su espíritu de bellas imágenes, no puede posar los ojos sobre la cabaña de un aldeano o sobre la pintura de un aprendiz. Así, el alma a quien Dios se le manifiesta en la oración, ya no encuentra nada grande en el mundo.
San Antonio, que tenía un don de contemplación tan excepcional que se pasaba las noches en este santo ejercicio, sin darse cuenta de que había pasado ni un solo momento, habiendo recibido varias veces cartas del emperador Constantino no se dignaba ponerle ni una sola palabra de contestación.

 

Artículo VI: Propiedades y efectos de la contemplación.

 

Las propiedades y efectos de la contemplación con: la elevación, la suspensión, la admiración, el arrobamiento y el éxtasis.

l.
-La contemplación eleva el espíritu por encima de la manera ordinaria de obrar y lo atrae sobrenaturalmente a operaciones sublimes, sea solamente con respecto a Dios, sea de cualquier otra cosa que con Él se relacione. Esta elevación se hace o por el don de sabiduría o por el de ciencia: por el primero, si la contemplación es de las grandezas de Dios; por el segundo, si es de algún objeto que tenga relación con Dios. El don de inteligencia también contribuye y sirve para que penetre muy a fondo lo que se relaciona con la sabiduría o con la ciencia.

2.
-El espíritu así elevado permanece como suspendido en el conocimiento de la verdad que le enamora. Esto puede explicarse comparándolo al vuelo de los pájaros, que no siempre suben muy alto ; pero cuando ya se han elevado se mantienen a veces como suspendidos en el aire sin agitar las alas y sin hacer ningún movimiento sensible. En esta suspensión, algunas veces el entendimiento y otras la voluntad, lo que más actúa, según Dios comunique al alma más luz o más afectos.
Cuando se dice que la voluntad actúa más que el entendimiento, quiere decir que su acción es más fuerte y más sensible, y no que ella obre no obrando el entendimiento, como pretenden algunos con poca probabilidad. En esta ocasión está la voluntad de tal manera penetrada, de tal forma inflamada por su objeto, que la acción de entendimiento es casi imperceptible. Está la voluntad tan prevenida y tan poseída por el espíritu de Dios que parece que ella sola absorbe todas las fuerzas del alma.

3.
A la suspensión sigue la admiración que puede brotar de dos principios: o de ignorancia del espíritu o de grandeza del objeto.

4.
 Algunas veces la admiración es tan fuerte que el espíritu queda sin acción al exterior: esta es la causa de los arrobos y éxtasis. El arrobamiento propiamente dicho es un transporte súbito de todas las potencias elevadas por Dios repentinamente. Y el éxtasis es el estado de reposo donde el alma se encuentra así elevada por encima de ella misma. Algunos pretenden que el éxtasis es esa otra clase de transporte que se hace poco a poco, suavemente, y que otros llaman vuelo del espíritu.
Los arrobamientos son señales de imperfección o de algunos restos de impurezas cuando los tiene precisamente un alma que no está todavía acostumbrada a los objetos que la arrebatan; pero cuando proceden de la grandeza y excelencia extraordinaria de los conocimiento que Dios ya, no son señales de imperfección. En las primeras manifestaciones del arrobo, la impresión que los objetos sobrenaturales hacen en el alma y en el cuerpo es tan fuerte que no se puede soportar sin enajenamiento de los sentidos; pero después el alma se acostumbra y se va fortaleciendo poco a poco, de modo que ya no es tan violenta la impresión que recibe en los conocimientos divinos, sino cuando Dios que es infinitamente liberal le da algún nuevo y más extraordinario conocimiento. Entonces, aunque el alma esté acostumbrada a los objetos que causan, los arrobamientos, vuelve de nuevo a encontrarse como arrobada.

 

Y par último, estando ya el alma completamente fuerte y acostumbrada a las más raras comunicaciones de la gracia y sin la sujeción a ser arrebatada fuera de ella misma, tiene sin embargo sin arrobamientos los efectos del arrobo. Las impresiones de la gracia son entonces puramente espirituales y no obran sobre el cuerpo, como cuando este no estaba tan perfectamente sometido al espíritu ni tan puro como ahora está.

 

Porque según una máxima filosófica, "todo lo que recibe un sujeto, lo recibe conforme con sus mismas disposiciones." Por eso cuando el alma es todavía un poco sensual y el cuerpo no está completamente purificado, las operaciones de Dios, al encontrar este obstáculo, son más débiles, menos suaves y menos perfectas. Santa Teresa dice que después de haber experimentado mentado estas gracias, es un martirio vivir en medio de las criaturas; al volver el alma a sí misma, siente más vivamente su destierro y sus miserias (1).
Estos maravillosos efectos de la gracia no pueden ser explicados por los mismos que los experimentan y mucho menos por aquellos que nunca los han experimentado. Generalmente, llenan el alma de tanta dulzura y de una alegría tan solícita que San Francisco Javier decía que por la menor de estas consolaciones hubiera emprendido con mucho gusto un segundo viaje al Japón, incluyendo todos los trabajos que había sufrido en el primero. Es otra cosa muy distinta de las dulzuras y la lágrimas de esa devoción sensible que Dios da algunas veces al principio. De donde podemos deducir lo desgraciados que somos al pasar la vida en bagatelas y satisfacciones sensuales que nos privan de los favores de Nuestro Señor, cuando el placer de servir a Dios en la negación de sí mismo, es incomparablemente mayor que el de permanecer atado a sí y a las criaturas, sin llegar jamás con esto a la unión divina, Lo que es como una participación de la pena de daño, que hace la desgracia eterna del infierno, A veces Dios concede a las almas tan admirables conocimientos y tan encantadores sentimientos de algunos objetos de la fe, que solo el recuerdo, el pensamiento o el solo nombre de los objetos es capaz después de causarle éxtasis, como le pasaba al bienaventurado Gil de Asís cuando oía pronunciar la palabra Paraíso.

Los arrobos y éxtasis suceden de ordinario, más bien a las mujeres y a personas que están menos en la acción, que a otras ; porque su vida está mejor dispuesta para ello, y porque su salud, que se debilita extremadamente con esta clase de gracias, no es tan necesaria para dar gloria a Dios. Por el contrario, los hombres apostólicos que deben trabajar por la salvación de las almas, tienen una devoción menos sensible, pero más espiritual y más sólida. A estos generalmente Dios no les concede la gracia de los éxtasis, no siendo que por medio de ello quiera darles más autoridad para su ministerio, como lo hacía alguna vez. Testigos San Vicente Ferrer y San Francisco Javier. Y en estos casos se les comunica más bien por la vía del entendimiento, que puede recibir luces más excelentes que por la imaginación, donde todo es más sensible y de más vistosidad exterior.

Cuando una persona se encuentra en una enajenación de los sentidos donde el espíritu no obra nada y no recibe ninguna operación de Dios, eso no es un éxtasis, sino una ilusión manifiesta del demonio o un adormecimiento peligroso. El alma no se retira jamás de los sentidos, excepto durante el sueño, sin que esto perjudique mucho a la salud; porque esta separación es como la muerte de los sentidos y como un principio del desprendimiento general del espíritu que sucede en la muerte.

Es peligroso desear arrobamientos y éxtasis; querer tener arrobos con revelaciones y visiones; desear otros caminos que aquellos caminos por donde Dios quiere conducirnos, pero no hay ningún peligro en pedir los dones del Espíritu Santo, las virtudes sólidas y una excelente oración.


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