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LOS DONES DEL ESPIRITU SANTO
Don de Inteligencia.
( entendimiento)
Inteligencia es el conocimiento íntimo de un objeto : «intelligere ese
intus legere».
El don de inteligencia es una luz que el Espíritu Santo concede
para penetrar las verdades oscuras que la fe propone. Dice Santo Tomás, que
esta penetración debe hacer concebir una idea verdadera y una justa estimación
del fin último y de todo lo que con él se relaciona; ya que de otro modo no
sería un don del Espíritu Santo.
La fe considera tres clases de, objetos: primero, Dios y sus misterios;
segundo, las criaturas en lo que con Dios se relaciona; y tercero, nuestras
acciones para dirigirlas al servicio de Dios. Naturalmente somos muy cortos en
la proporción en que el Espíritu Santo nos ilumina por remedio de la fe y de
las demás luces que nos comunica.
Lo que la fe nos hace creer simplemente, el
don de inteligencia nos lo hace penetrar con más claridad y de una manera que
parece hacer evidente lo que la fe enseña, aunque la oscuridad de la fe
permanece siempre; por eso se extraña uno de que algunos no quieran creer los
artículos de nuestra fe o que puedan dudar de ellos.
Los que tienen el cargo de instruir a los demás – como los predicadores y
los directores – deben estar llenos de este don. Ha resplandecido en los santos
Padres y en los Doctores y es particularmente necesario para comprender el
sentido de la Sagrada Escritura, sus figuras alegóricas y las ceremonias del
culto divino.
Es difícil entender la Sagrada Escritura, porque Dios habla allí según
sus sentimiento, que están incalculablemente separados de los nuestros; pero El
los modera de tal forma que podemos entenderlos si nuestro corazón está bien
purificado. Por ejemplo, nos dice San Juan en su primera epístola: Esta es la
última hora» (1); lo que repugna a nuestro sentido porque no podemos comprender
cómo el santo Apóstol ha podido decir, hablando de sus días, que estaba en la
última hora. Y sin embargo, esto es verdadero en el sentir de Dios.
Todos los demás libros espirituales son en parte obra da la gracia y en
parte obra de la naturaleza; pero el medio de recibir al Espíritu Santo y de
ser conducidos por el, es leer con frecuencia la Sagrada Escritura.
Es un gran
abuso leer tantos libros espirituales y casi nada la Sagrada Escritura. San
Gregorio Nacianceno, que es el único que no tiene en sus obras ningún error de
los condenados por la Iglesia, y San Basilio, cuya doctrina es tan sólida, no
leyeron más que la Sagrada Escritura durante once o doce años. Deberíamos
leerla antes que a los Santos Padres, ya que con pureza de corazón se entra
poco a poco en los diversos sentidos que tiene, y aunque se la haya leído cien
veces, aprovechando la pureza de corazón, se la sigue leyendo y se profundiza
cada vez más sus misterios.
El vicio opuesto al don de inteligencia, es la grosería respecto de las
cosas espirituales. Este vicio es natural, y nosotros lo aumentamos todavía más
con nuestros pecados y con nuestras pasiones y afectos desordenados. Se nota
esto mucho más en las personas que están en pecado mortal. David tenía un
corazón excelente para amar a Dios. Había recibido de El hermosos conocimientos
y altos sentimientos. Sin embargo, después de su adulterio y después de que
hizo morir a Urías estuvo nueve meses sin reconocer su pecado, y quizá no
hubiera abierto los ojos si Dios no le llega a enviar al profeta Natán para
ponerle delante su situación lamentable.
A este, don corresponde la sexta bienaventuranza: «Bienaventurados los
limpios de corazón» (1). Dice Santo Tomás que esta pureza se extiende a todas
las potencias del alma, quitando todo le que la puede manchar: las pasiones,
los movimientos desordenados del apetito concupiscible, los afectos viciosos de
la voluntad, los errores y las falsas máximas del entendimiento. Incluso regula
de tal manera la imaginación, que no le viene ningún pensamiento más que en el
tiempo y lugar conveniente y con la duración necesaria. Así San Bernardo,
cuando quería rezar, dejaba los pensamientos de las demás ocupaciones y los
recogía una vez terminada la oración. Esto es lo que sucede a las almas que
están muy purificadas. Por su pureza han logrado este perfecto dominio sobre
ellas mismas.
El fruto del Espíritu Santo que se relaciona con este don y con todos los
demás que ilumina el entendimiento, es la fe. La fe precede a los dones y es su
fundamento; pero los dones a su vez perfeccionan la fe. Dice San Agustín que es
indispensable creer primero y afianzarse bien en este piadoso afecto tan
necesario a la fe. Después vienen los dones del Espíritu Santo y la hacen más
penetrante, más viva y más perfecta (2).
(1) Sit primum pietas credentu, ~rit
postes fructua ice. lligentis. San Agustín.
(2) Haec est novissimc hora. I
Joon.. Il, 18.
Beati mundo carde. Mat., V. S.